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martes, 17 de diciembre de 2013

Roberto Bolaño.


PRÓLOGO
CONSEJOS SOBRE EL ARTE DE ESCRIBIR CUENTOS

Como ya tengo cuarentaicuatro años, voy a dar algunos consejos sobre el arte de escribir cuentos. 1) Nunca aborde los cuentos de uno en uno. Si uno aborda los cuentos de uno en uno, honestamente, uno puede estar escribiendo el mismo cuento hasta el día de su muerte. 2) Lo mejor es escribir los cuentos de tres en tres, o de cinco en cinco. Si se ve con energía suficiente, escríbalos de nueve en nueve o de quince en quince. 3) Cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como dedicarse a escribirlos de uno en uno, y además lleva en su interior el juego más bien pegajoso de los espejos amantes: una doble imagen que produce melancolía. 4) Hay que leer a Quiroga, hay que leer a Felisberto Hernández y hay que leer a Borges. Hay que leer a Rulfo y a Monterroso. Un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. Sí que leerá a Cortázar y a Bioy Casares, pero en modo alguno a Cela y Umbral. 5) Lo repito una vez más por si no ha quedado claro: a Cela y a Umbral, ni en pintura. 6) Un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo pero es así. 7) Los cuentistas suelen jactarse de haber leído a Petrus Borel. De hecho, es notorio que muchos cuentistas intentaran imitar a Petrus Borel. Gran error: ¡deberían imitar a Petrus Borel en el vestir! ¡Pero la verdad es que de Petrus Borel apenas saben nada! ¡Ni de Gautier, ni de Nerval! 8) Lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse com Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de éste pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges. 9) La verdad de la verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. 10) Piensen en el punto número nueve. Piensen y reflexionen. Aún están a tiempo. Uno debe pensar en el nueve. De ser posible de rodillas. 11) Libros y autores altamente recomendables: De lo sublime, el Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya  biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas, y Mientras ellas duermen, de Javier Marías. 12) Lean estos libros y lean también a Chéjov y a Raymond Carver, uno de los dos es el mejor cuentista que ha dado este siglo. 


Roberto Bolaño. Cuentos. Ed. Anagrama.

lunes, 21 de octubre de 2013

Milan Kundera


15

Por su rechazo del sistema Nietzsche cambia a fondo la manera de filosofar: tal como lo definió Hannah Arendt, el pensamiento de Nietzsche es un pensamiento experimental. Su primer impulso es el de corroer lo que está inmovilizado, socavar sistemas comúnmente aceptados, abrir brechas para aventurarse en lo desconocido; el filósofo del porvenir será un experimentador, dice Nietzsche; libre de ir en distintas direcciones que pueden, en rigor, oponerse.

Si soy partidario de una fuerte presencia del pensar en la novela eso no quiere decir que me guste lo que suele llamarse "novela filosófica", esa servidumbre de la novela a una filosofía, esa "puesta en narración" de las ideas morales o políticas. El pensamiento auténticamente novelesco (tal como lo ha conocido la novela desde Rabelais) siempre es asistemático; indisciplinado; está próximo al de Nietzsche; es experimental; fuerza brechas en todos los sistemas de ideas que nos rodean; examina (en particular por mediación de los personajes) todos los caminos de reflexión procurando llegar hasta el final de cada uno de ellos.

Acerca del pensamiento sistemático, una cosa más: quien piensa es automáticamente arrastrado a sistematizar; es su eterna tentación (incluso la mía, e incluso durante la escritura de este libro): tentación de describir todas las consecuencias de sus ideas; de prever todas las objeciones y de rechazarlas de antemano; de atrincherar así sus ideas. Ahora bien, el que piensa no debe esforzarse por persuadir a los demás de su verdad; en tal caso se encontraría en el camino de un sistema; en el lamentable camino de "el hombre de convicciones"; a algunos hombres políticos les gusta calificarse así; pero ¿qué es una convicción? Es un pensamiento que se ha detenido, que está inmovilizado, y "el hombre de convicciones" es un hombre limitado; el pensamiento experimental no desea persuadir sino inspirar; inspirar otro pensamiento, poner en marcha el pensamiento; por eso un novelista debe sistemáticamente desistematizar su pensamiento, dar patadas a la barricada que él mismo ha levantado alrededor de sus ideas.

En: Sexta parte. Obras y Arañas. Los testamentos traicionados. Fábula Tusquets editores.

lunes, 14 de octubre de 2013

Haruki Murakami

10. Y EL TIEMPO, QUE NO PARA

   Densas tinieblas se me infiltraron por el oído, con fluidez de aceite. Alguien trataba de romper la helada tierra con un inmenso martillo. El martillo golpeó ocho veces exactamente, pero la tierra no se rompía. Apenas se le abrieron algunas grietas.
   Las ocho. Las ocho de la tarde; ya era de noche.
   Me despertó una sacudida de mi cabeza. Tenía el cuerpo acorchado, y la cabeza me dolía.          
   Alguien, al parecer, me había echado en una coctelera con hielo, donde me había agitado a lo loco. Nada hay tan desagradable como despertarse en plenas tinieblas. Uno se siente como teniendo que volver a poner en pie todo desde el principio. A poco de despertarse, la primera sensación es de que está uno viviendo alguna vida que no es ciertamente la suya propia. Hasta que esa vivencia entra en engranaje con la vida propia, pasa cantidad de tiempo. Contemplar la vida propia como ajena es de lo más insólito. Llega a parecer mentira el hecho mismo de que quien está pasando por eso siga con vida.
   Me lavé la cara, valiéndome del grifo de la cocina. Y a continuación, me bebí un par de vasos de agua. El agua estaba fría como el hielo, pero aun así no se llevó el ardor de mi cara. Me volví a sentar en el sofá, y en plenas tinieblas y pleno silencio fui recogiendo poco a poco los pedazos de mi vida. No es que se recogiera gran cosa, pero ésa, al menos, era mi vida. Entonces, fui volviendo con clama a mi ser propio. Lo de que yo sea yo mismo me resulta inexplicable de cara a los demás; aparte de que, ¿a quién le va a interesar el tema?
   Me sentía observado por alguien, aunque tampoco le di mayor importancia al hecho. Cuando te encuentras solo y aislado en una gran habitación, es la sensación que sueles tener.
   Traté de pensar en las células. Como mi mujer había dicho, a fin de cuentas no hay nada que se pierda. Incluso uno mismo sigue ese camino. Presioné tentativamente mi mejilla con la palma de mi mano. Mi propia cara, que yo palpaba en medio de las tinieblas con el cuenco de la mano, no la sentía como mi cara. Era la cara de otro, que había adoptado la forma de la mía. Incluso la memoria me traicionaba. Los nombres de todo lo imaginable se disolvían absorbidos por las tinieblas.
   En plena oscuridad, resonó la campanada de las ocho y media. La nieve había cesado de caer, aunque las densas nubes de siempre velaban el cielo. La negrura era cerrada. Estuve mucho rato hundido en el sofá, mordiéndome las uñas. Ni siquiera alcanzaba a verme las manos. Como la estufa estaba apagada, en la habitación hacía un frío glacial. Me arrebujé en la manta y miré, com sin pretenderlo, tinieblas adentro. Me encontré agazapado en el fondo de un insondable pozo.
   Pasó el tiempo. Corpúsculos de tiniebla configuraban diseños maravillosos en mi retina. Los diseños así formados se desmoronaban al poco tiempo sin ruido, para dar paso a nuevos diseños. Sólo las tinieblas deslizándose, como mercurio, por el espacio tranquilo.
   Frené el curso de mis pensamientos y dejé fluir el tiempo. El tiempo seguía arrastrándome en su flujo. Nuevas tinieblas venían a dibujar nuevos diseños.
   El reloj dio las nueve. Al desvanecerse lentamente en la oscuridad la novena campanada, el silencio se precipitó a colmar la grieta.

En: Cap. VIII. La caza del carnero salvaje (III). La caza del carnero salvaje.


martes, 8 de octubre de 2013

Walter Benjamin

V. BAUDELAIRE O LAS CALLES DE PARIS.

"Facilis descensus Averno"
VIRGILIO, Eneida

Lo extraordinario en la poesía de Baudelaire es que las imágenes de la mujer y de la muerte se entrelazan en una tercera, la de París. El París de sus poemas es una ciudad hundida, más bien bajo el mar que bajo la tierra. Los elementos ctónicos de la ciudad -su formación topográfica, la vieja cuenca abandonada del Sena- encontraron en Baudelaire una impronta. Pero lo decisivo en el "idilio mortuorio" de la ciudad en Baudelaire es su sustrato social, moderno. Lo moderno es uno de los acentos principales de su poesía. Con el spleen parte en dos el ideal ("Spleen et idéal"). Pero es precisamente la modernidad la que cita la protohistoria. Esto ocurre a través de la ambigüedad propia de la situación social y del producto de esta época. La ambigüedad es la aparición en imagen de la dialéctica, la ley dialéctica detenida. Esta detención es utopía; de ahí que la imagen dialéctica sea imagen onírica. Una imagen semejante presenta la mercancía como tal: como fetiche. Una imagen semejante presenta los pasajes, que son tanto casa como calle. Una imagen semejante presenta la prostituta, que es vendedora y mercancía al mismo tiempo.


VI. HAUSSMANN O LAS BARRICADAS.

"Sigo el culto de lo bello, del bien, de las grandes cosas,
de la bella naturaleza que inspira al gran arte,
cuando encata el oído o cuando hechiza la mirada;
Siento el amor de la primavera en flor: mujeres y rosas!"
Baron Haussmann, Confession d'un lion devenu vieux

"El reino de las flores de la decoración,
el encanto del paisaje, de la construcción
y todos los efectos de la escena se basan
solo en la ley de la perspectiva, que basta".
Franz Böhle, Theater-Katechismus, Múnich, p.74.

El ideal urbanístico de Haussmann consistía en las perspectivas de largas calles alineadas. Esto corresponde a la tendencia de ennoblecer las necesidades técnicas a través de objetivos artísticos, que se hace evidente durante el siglo XIX. Los centros de dominio mundano y espiritual de la burguesía, engastados en el marco de las calles principales, encontrarán allí su apoteosis; las calles principales se cubrían con un paño antes de estar terminadas y eran descubiertas como los monumentos. La actividad de Haussmann se encuadra en el imperialismo napoleónico, que favorece el capital financiero. París vive un apogeo de la especulación. El juego en la Bolsa pasa a ocupar el lugar de ocupaban las formas de juego de azar heredadas de la sociedad feudal. A las fantasmagorías del espacio, a las que se entrega el flâneur, corresponden las fantasmagorías del tiempo, donde se abisma el jugador. El juego convierte el tiempo en una droga. Lafargue explica el juego como réplica de los misterios de la coyuntura económica en miniatura. Las expropiaciones de Haussmann inician las especulaciones fraudulentas. La jurisprudencia de la Corte de casación, inspirada por la oposición burguesa y orleanista, incrementa el riesgo financiero de la haussmanización. 

Haussmann intenta sostener su dictadura poniendo a París bajo un régimen de excepción. En 1864, durante un discurso ante la asamblea, expresa en palabras su odio contra la población desarraigada de la gran ciudad. Por sus emprendimientos, esta población se va incrementando cada vez más. El aumento de los precios de los alquileres empuja al proletariado hacia los faubourgs. Los quartiers de París pierden así su fisionomía propia. Surge el ceinture rojo. Haussmann se dio a sí mismo el nombre de "artiste démolisseur". Se sentía llamado a una obra, hecho que subraya en sus memorias. Pero así aliena a los parisinos de su propia ciudad, que ya no se sienten allí en casa. Comienzan a tomar conciencia del carácter inhumano de la gran ciudad. Paris, la obra monumental de Maxime Du Camp, debe a esta toma de conciencia su surgimiento. Las Jérémiades d'un Haussmannisé le dan la forma de un lamento bíblico.
El verdadero objetivo de los trabajos de Hussmann era asegurar la ciudad contra las guerras civiles. Lo que quería era evitar para siempre que pudieran levantarse barricadas en París. Con esta misma intención, Luis Felipe había introducido el adoquinado de madera. Sin embargo, las barricadas jugaron cierto rol en la revolución de Febrero. Engels habló de la táctica de las luchas de barricada. Y Haussmann quería impedir estas tácticas de dos maneras: el ancho de las calles las haría imposibles, y nuevos trazos de calles debían crear el camino más corto entre los cuarteles y los barrios de trabajadores. Los contemporáneos llamaron al proyecto "l'embellissemnt stratégique".



En: El paris de Baudelaire. París, capital del siglo XIX (1935)






Miguel Morey

ANTES ESTABA CLARO que sí existía ese Lugar al que peregrinar en pos de un renacimiento. Antes, buscamos el saber -con ahínco. Reconocíamos que nuestra experiencia de lo real presentaba numerosas deficiencias, que vivíamos demasiado sonámbulos todavía -como entre brumas. Pero veíamos con claridad qué necesitábamos saber para cerrar nuestra comprensión de lo real y mirarlo cara a cara -para comprender ese juego de todos los juegos que denominamos Mundo, su inteligibilidad última.

Y estudiamos, devoramos los más diversos itinerarios intelectuales, porque así era preciso. Leímos a Marx, porque necesitábamos comprender el engranaje secreto de las sociedades, tanto como a Freud, porque también necesitábamos entender los mecanismos ocultos de nuestros impulsos y nuestros afectos -y leímos a Nietzsche, también. Porque debíamos romper en mil pedazos la inútil educación recibida, sus estúpidos clichés y sus certezas bovinas que encorsetaban toda nuestra experiencia de lo real, limitándola, empobreciéndola -la condenada soga con la que nos amarraron de colegiales. Frecuentamos a los griegos arcaicos tanto como a los franceses posmodernos, y a Lenin y a Mao, y al Che Guevara, porque queríamos saber cómo era posible la revolución: cómo era posible acabar con el podrido orden burgués de una vez por todas -barrerlo, y comenzar a inventar de nuevo el pulso del pasar de cada día. Estudiamos la historia, nuestra historia: el surgimiento del espíritu burgués, los orígenes del capitalismo, la Guerra Civil -también las costumbres y las instituciones de las culturas primitivas, los pueblos sin historia. Peregrinamos sin cesar en pos del conocimiento, a través de un inmenso desierto de estupidez, de mixtificaciones, de filisteísmo. Nosotros mismos fuimos, en ocasiones sectarios, dogmáticos, pedantes -tratamos de imponer a la realidad modelos toscos y nada digeridos, teníamos prisa. Pero, aunque a menudo a ciegas y tal vez inútilmente, trabajamos duro. Los libros fueron durante tanto tiempo ese Santo Lugar, cuando existían lugares, cuando tenían ese modo de existir los libros -y ellos hasta tal punto que el General volcó sobre ellos un amplísimo manto de prohibiciones. Pero, en cierto modo, importaba poco. Alrededor de sus interdictos pronto se creó una secta de iniciados, una comunidad sin rostro ni nombre que hacía circular ese saber de mil modos. Cada nuevo libro, importado de tapadillo mal traducido, comprado, prestado, robado, leído sin pestañear o debatido en seminarios aproximadamente clandestinos, nos mostraba un poco más, un poco mejor, el rostro inteligible de lo real: era una ventana al Mundo, y a su increíble complejidad y belleza. Sí, antes estaba claro que sí existía ese lugar al que peregrinar en pos de un renacimiento -estaba claro.

Y lo buscamos sin descanso -como buscamos la belleza, y el amor también.


PEREGRINAMOS TAMBIÉN EN POS DEL AMOR. En pos de ese momento frágil y huidizo en el que la fecunda euforia todo lo ilumina, se anima el pugilato de los cuerpos y cada cosa se llena de sentido. Buscamos los momentos del amor porque también ellos eran ventana al Mundo, a algo como la inteligibilidad inmediata del sentido de lo que hay.

Y hubo que aprender a amar, costosamente siempre: luchar contra el temor a no ser reconocido por el otro, contra todas las épicas personales, contra el histrionismo del macho, contra el miedo a no saber amar, y las culpabilidades, las incriminaciones, las deudas, las revanchas -luchar contra dota la inmundicia sobre la que crece esa quebradiza flor de invierno que es el amor. Hubo que aprender a relacionarse a escondidas y por debajo de esas amarras que nos obligaban a reconocernos según arquetipos de lo masculino y lo femenino que los fascistas, los curas y los burgueses habían decretado eternos: que la mujer era la futura madre de nuestros hijos, de la raza de nuestras madres y nuestras hermanas, según querían inculcarnos a sangre y fuego en los Encierros Espirituales, y que las demás no eran sino putas, mujeres perdidas. Pero no, la mujer no era para nosotros, no podía ser, ese teatrillo de la casa de muñecas en el que Camelitos de Famosa alterna sus apariciones con Regañinas, Morritos, o Corajina, la pepona que, si le tocas la barriguita, siempre dice: toda la culpa es tuya, toda, toda... No, la mujer no era eso -porque la vida no era jugar a concinitas, a oficinitas, sino algo mucho más complejo, más terrible, más fascinante.

Buscamos el amor como ese momento de la verdad entrevisto en el lodazal de las mentiras que acarreamos y nos conforman -ese momento en el que la mujer es musgos de marinos, arcilla y canela, y un latido: el latido mismo de toda vida. Pero, para alcanzar esa esquirla de luz y sostenerla por un momento en el hueco de las manos fue preciso un duro aprendizaje: tuvimos que limarnos las yemas de los dedos hasta casi sangrar, como ladrones de joyas, para educar el tacto, para afinarlo; aprender a descubrir las cien minúsculas bellezas locales, puntuales, que habitan en un cuerpo, en todo cuerpo; aprender a acompasar durante unos instantes urgencias y perezas, enojos, ternuras, caprichos, e inercias; aprender a mirarnos en otros ojos sin horrorizarnos de vernos allí reconocidos -tuvimos incluso que aprender a desnudarnos.

Tuvimos que deseducarnos mucho, destrenzar la misma condenada soga, una y otra vez: huellas de una educación sentimental que, con la fuerza de algo como un destino, nos condenaba a un monocorde y reiterado jugar a papás y mamás para siempre. Y sobre todo, tuvimos que aprender a conjugar de mil modos todas las contradicciones entre el amor y la libertad -y nunca fue fácil. Pero no estábamos solos: éramos muchos, casi una secta de iniciados sin nombre ni rostro, quienes creíamos que era precisa la revolución sexual, que era preciso luchar contra las represiones, que ésta también era una lucha contra el General. E insistimos una y otra vez en ese juego en el que ciegos animales cálidos, temblorosos, se buscan, se reconocen súbitamente entre torpes tanteos, para, con lentitud, irse cerrando en un anillo de luz que transfigura toda cosa. Y sí, es cierto que cometimos muchas estupideces:unas veces fuimos demasiado pusilánimes, medrosos, tanto como otras nos complacimos en los arcaicos cinismos de la seducción y conquista -también pecamos de prepotencia, de estupidez. Fuimos asistentes tal vez en exceso entusiastas a las bodas de Don Perverso Polimorfo y Doña Función del Orgasmo, casi con la boca abierta: sí, sí, amor libre, sexualidad y lucha de clases. Demasiado a menudo hicimos el amor a la ligera, love and peace, sin pensarlo y con las manos sucias. Pero a despecho de tantos extravíos, antes estaba claro que el amor era también un Santo Lugar al que se debía peregrinar, por más duro que fuera el viaje. Aunque exigiera intentar un continuo ajuste de cuentas con uno mismo, aunque para ello tuviéramos que aprender a estar a solas y en paz con nosotros mismos.

[...]


NO, SIN DUDA NO ES UN RETO FÁCIL el de las nostalgias.

Pero, piénsalo un momento: ¿aceptarás sin pestañear, dentro de unos años, o lustros, que hoy nosotros somos ellos, los que tenemos el poder -llegarás incluso a reconocerte mañana en los yuppies o en los marginados de los que se habla hoy? ¿O es que ya vives tu pulso de hoy anticipando este reconocimiento, miserable? ¿Cantaremos mañana como nuestras aventuras más íntimas, eso en lo que hemos estado ocupados estos tiempos, las gestas de la transición, la democracia, o tal o cual reforma administrativa?

Por Dios, qué parodia.

¿Llegaremos también a colectivizar entonces nuestros desasosiegos, nuestros tedios de hoy en una historia tan redonda: olvidarás este viaje a Santiago y sus inquietos cabrilleos -y tantos viajes como éste que son el precio doloroso de tu sensatez?

Es muy posible que sí.

Sabes de sobra que la lucidez, como la belleza o la eternidad es la virtud de un momento, que no puede durar, que nada puede durar, que todo es inhabitable: como los honguitos de Oaxaca, como el amor, todo es flor de un día y crece sobre la inmundicia, sobre una abyecta bosta de mentiras.

Nada dura pero todo insiste: ni siquiera Dios murió de una vez por todas en el siglo XIX, por más que Nietzsche celebrara sus funerales -para ti murió en los aledaños de los años sesenta, como para tantos otros.

Y ni siquiera entonces acabó de morir del todo.

Muere un poco cada día: como cada día es, para ti, un fin del Mundo, el fin de algún Mundo.





En: Camino de Santiago. Ed. Circulo de Lectores. 


lunes, 17 de junio de 2013

Adolfo Bioy Casares



Nuestros hábitos suponen una manera de suceder las cosas, una vaga coherencia del mundo. Ahora la realidad se me propone cambiada, irreal. Cuando un hombre despierta o muere, tarda en deshacerse de los terrores del sueño, de las preocupaciones y de las manías de la vida.





[...] en la soledad es imposible estar muerto.





en: La invención de Morel.

miércoles, 24 de abril de 2013

Roberto Juarroz



                                                        9
     
                                                             Pienso que en este momento
tal vez nadie en el universo piensa en mí,
que sólo yo me pienso,
y si ahora muriese,
nadie, ni yo, me pensaría.

Y aquí empieza el abismo,
como cuando me duermo.

Soy mi propio sostén y me lo quito.
Contribuyo a tapizar de ausencia todo.

Tal vez sea por esto
que pensar en un hombre
se parece a salvarlo. 



17

Hay que caer y no se puede elegir dónde.

Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,
cierta pausa del golpe,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras caemos.

Es tan sólo el extremo de un signo,
la punta sin pensar de un pensamiento.

Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios desierto.

Se trata de doblar algo más que una coma
en un texto que no podemos corregir. 


18

Tú no tienes nombre.
Tal vez nada lo tenga.

Pero hay tanto humo repartido en el mundo,
tanta lluvia inmóvil,
tanto hombre que no puede nacer,
tanto llanto horizontal,
tanto cementerio arrinconado,
tanta ropa muerta
y la soledad ocupa tanta gente,
que el nombre que no tienes me acompaña
y el nombre que nada tiene crea un sitio
en donde está de más la soledad.

27

Entre pedazos de palabras
y caricias en ruinas,
encontré algunas formas que volvían de la muerte.

Venían de desmorir.
Pero no les bastaba con eso.

Tenían que seguir retrocediendo,
tenían que desvivirlo todo
y después desnacer.

No pude hacerles ninguna pregunta,
ni mirarlas dos veces.

Pero ellas me indicaron el único camino
que tal vez tenga salida,
el que vuelve desde toda la muerte
hacia atrás del nacer,
a encontrarse con la nada del comienzo
para retroceder y desnadarse. 

37

Mientras haces cualquier cosa,
alguien está muriendo.
Mientras te lustras los zapatos,
mientras odias,
mientras le escribes una carta prolija
a tu amor único o no único.
Y aunque pudieras llegar a no hacer nada,
alguien estaría muriendo,
tratando en vano de juntar todos los rincones,
tratando en vano de no mirar fijo a la pared.
Y aunque te estuvieras muriendo,
alguien más estaría muriendo,
a pesar de tu legítimo deseo
de morir un minuto con exclusividad.
Por eso, si te preguntan por el mundo,
responde simplemente: alguien está muriendo. 


57

El hombre pierde la vida y otras cosas,
se ensucia con cualquier crecimiento,
no aprenderá nunca a vestirse
y es un inexplicable ensayo de la muerte.

Sin embargo,
busca una forma higiénica de morirse,
mientras da saltitos variables por las calles
y desocupa más sitio que el que ocupa.
Se desayuna moralmente
y dobla saludos y se los mete en el bolsillo.

Pero hay un saludo que no puede doblar,
un saludo que en el bolsillo no le cabe.

Y lo pierde, eso sí que lo pierde,
más que la vida y otras cosas,
por ejemplo, el cumpleaños de su muerte. 


En: Poesía Vertical 1958.

jueves, 28 de febrero de 2013

Ernesto Sabato





Su memoria está compuesta de fragmentos de existencia, estáticos y eternos: el tiempo no pasa, en efecto, entre ellos, y cosas que sucedieron en épocas muy remotas entre sí están unas junto a otras vinculadas o reunidas por extrañas antipatías y simpatías. O acaso salgan a la superficie de la conciencia unidas por vínculos absurdos pero poderosos, como una canción, una broma o un odio común. Como ahora, para ella, el hilo que las une y que las va haciendo salir una después de otra es cierta ferocidad de la búsqueda de algo absoluto, cierta perplejidad, la que une palabras como padre, Dios, playa, pecado, pureza, mar, muerte.




En: Sobre héroes y tumbas; I. El dragon y la princesa.

a Patxi.

martes, 12 de febrero de 2013

Charles Baudelaire










EL HOMBRE Y EL MAR

¡Hombre libre, por siempre has de querer al mar!
Es tu espejo: contemplas a tu espíritu mismo
en su ola que se desenrolla sin cesar;
y tu alma no es menos amarga que su abismo.

Gozas hundiéndote en el seno de tu imagen;
la acaricias con brazos y ojos; tu corazón
se distrae muchas veces de su propia emoción
al eco de esa queja indomable y salvaje.

Ambos sois tenebrosos a la vez y discretos:
hombre, nadie ha sondeado el fondo de tu abismo;
oh mar, nadie ha llegado a tu tesoro mismo,
¡con tan celoso afán guardáis vuestros secretos!

Y entre tanto van ya siglos innumerables
que sin piedad ni remordimiento os atacáis;
de tal modo la muerte y la matanza amáis,
¡oh eternos luchadores, oh hermanos implacables!








En Las flores del mal. 

jueves, 3 de enero de 2013

Georges Bataille

La voluntad de lo imposible

II
   
   Cada cual puede, si así lo prefiere, bendecir una naturaleza caritativa, arrodillarse ante Dios...
   No hay nada en nosotros que no esté constantemente en juego, que no esté abandonado.
   La súbita aspereza de la suerte desmiente la humildad, desmiente la confianza. La verdad responde como una cachetada en la mejilla ofrecida por los humildes.
   El corazón es humano en la medida en que se rebela. No ser un animal, sino un hombre, significa rechazar la ley (la de la naturaleza.)
   Un poeta no justifica del todo la naturaleza. La poesía está fuera de la ley. Sin embargo, aceptar la poesía la convierte en su opuesto, en mediadora de una aceptación. Suavizo el resorte que me impulsa contra la naturaleza, justifico el mundo dado.
   La poesía produce penumbras, introduce el equívoco, aleja al mismo tiempo de la noche y del día -tanto del cuestionamiento como de la puesta en acción del mundo.
   ¿No es evidente? la amenaza constantemente pendiente con que la naturaleza nos tritura, nos reduce a lo dado -anulando así el juego que ella juega más allá de sí misma- requiere de nosotros la atención y la astucia. 
   El relajamiento nos saca del juego -al igual que el exceso de atención. El arrebato feliz, los saltos razonables y la calmada lucidez se le exigen al jugador -hasta el momento en que se quede sin suerte, o sin vida.
   Me acerco a la poesía con intención de traicionar: el ánimo astuto es el más fuerte en mí. 
   La fuerza perturbadora de la poesía se sitúa fuera de los bellos momentos a los que llega: comparada con su fracaso, la poesía se arrastra.
   La opinión común sitúa aparte a los dos autores que añadieron el brillo de su fracaso al de su poesía.
   El equívoco generalmente está ligado a sus nombres. Pero uno y otro han agotado el movimiento de la poesía -que culmina en su contrario: en un sentimiento de impotencia para la poesía.
   La poesía que no se eleva hasta la impotencia de la poesía es todavía el vacío de la poesía (la bella poesía).

En: La felicidad, el erotismo y la literatura. Adriana Hidalgo Editora.