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lunes, 17 de diciembre de 2012

Miguel Morey

Poco a poco, vas entrando en el tiempo inmóvil de las historias: y sales a pasear como quien va al encuentro de un tiempo otro –como quien busca un encuentro, en un tiempo roto. El pasado, el presente y el futuro –los tres caben juntos en cada uno de los pasos. […] Se lo que quiero. Quiero perderme por las calles de mi ciudad como si las viera por vez primera –y saludarlas, demorándome en ese momento en el que todo parece estar a punto de hablar. Camino y espero que algo suceda, que lo inesperado salga a mi encuentro –que un detalle inédito se revele de pronto ante mí, forzándome como un signo de algo en lo que debo pensar: algo que no soy yo, que no es mío, algo a lo que pertenezco. El futuro camina conmigo y es el carnaval imaginario de los ensueños que compone figuras imposibles, monstruos amables: paseo una intención sin intenciones. Busco lo que no se espera -salgo al encuentro de lo que sólo cuando se encuentra se sabe que es precisamente aquello lo que se andaba buscando: una palabra, el rostro de alguien, un rincón con un efecto de luz, un recuerdo. Camino, y el pasado camina conmigo –lo he olvidado todo: quien fui, lo que han hecho de mí, tanto tiempo perdido. […] Todo sigue vivo en este presente congelado en el que lo que está a punto de pasar, ya ha pasado. Mi presente es un estar atento sin estarlo, un empleo de mi tiempo que me lleva al encuentro de la más secreta existencia –al encuentro de eso en lo que no me reconozco cuando me lo propongo, eso que es como si fuera yo precisamente porque lo ignoro. Decido el modo de encarar cada encrucijada sin dejar que la decisión logre pasar por el tiempo de la conciencia –al azar, o por un pálpito. Y entonces, cuando no miro, veo –cabalgando sobre el lomo del ocio de los hombres libres, al paso. Paseo como los desposeídos de mi ciudad que duermen bajo los puentes del Sena, o en algún vagón desahuciado, junto al Muro de Berlín. Paseo como sólo saben pasear los hombres pobres, los hombres libres, los hombres solos. Paseo y siento casi piedad por la ciudad Blanca de los hombrecillos derrotados, donde todas son la calle Melancolía –cuando todas las certidumbres vuelan hacia atrás y depositan en el ayer su lastre protector. Y se sueña entonces sólo en poder volver, en volver a poder –porque ya nada parece posible sino tensar ese mínimo hilillo, ese último amarre, y dejar volar una vieja cometa. Paseo y siento casi desprecio por la Ciudad Gris, de acero, cristal y cemento, la de los eternos hombres del mañana, en la que todas las calles llevarán un día su nombre –hombres que no imaginan otro futuro sino seguir siendo más lo que son, día tras día. Y sueñan solo con poder llegar, con llegar a poder –y vuelan así, suspendidos de un globo cautivo. Paseo ignorando siempre a las gentes que vienen de algún sitio, a las que quieren llegar a alguna parte –porque mienten o se engañan, porque desconocen lo que son.

en Deseo de ser Piel Roja.