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jueves, 27 de septiembre de 2012

Miguel Morey

Cuenta Bataille que el mundo en el que habita el hombre se halla polarizado según dos ejes, vertical y horizontal. El eje vertical ordena las mareas y el crecimiento de los vegetales que se elevan sobre la superficie de la tierra, impulsados por una fuerza de atracción celeste. El eje horizontal preside los desplazamientos de los animales que repiten, a lo largo y a lo ancho, el movimiento de la rotación terrestre. En este mundo, el animal, considerado con irónica simplicidad, es un tubo: boca y ano. Los ojos, nariz, orejas, cerebro etc., por un lado, y los órganos sexuales, por otro, son excrecencias secundarias de, respectivamente, la boca y el ano. "En estas condiciones -afirma Bataille- los impulsos violentos que provienen del interior del cuerpo pueden ser expulsados indiferentemente por un extremo o por otro y se descargan de hecho por donde encuentran obstáculos más débiles." Los diferentes sistemas de obstáculos que presiden cada organismo serían, en definitiva, los responsables de los diversos regímenes "expresivos" -llamémosles así- de cada uno de ellos.

El ejemplo canónico de este esquema primario de animal es, evidentemente, el gusano. Si retenemos este ejemplo, una particularidad de su sistema reproductor (de algunos de ellos, por ejemplo, los anélidos) no puede dejar de sorprendernos. Se trata de la escisiparidad o reproducción de esquizogénesis (Scissiparité será más adelante el título de una colección de poemas de Bataille): modo de reproducción asexuada según la cual el animal se parte en dos o más pedazos, dando lugar cada uno de ellos a un animal adulto al regenerar las partes que les faltan. Así, hablando estrictamente, ¿puede decirse que el gusano es un individuo? Sin la presencia de la muerte (y de su alter ego obligado: la reproducción sexual) parece que no nos es posible hablar de individualidades. Si la Naturaleza hubiera detenido su evolución en el gusano sería posible mantener la hipótesis económica según la cual el desarrollo de las formas vivas se rige por un principio económico de utilidad. Sin embargo, el gusano es hoy apenas una forma irrisoria de vida. A partir de él, la naturaleza abre la posibilidad de un sinfín de construcciones lujosas (seres individuales), y en un despilfarro inusitado y fatal para ella misma, da lugar al hombre: ser consciente de su individualidad; animal trágico prometido a la nada para quien ya no es posible esa experiencia animal de homogeneidad con la naturaleza que Bataille describe, en su Teoría de la Religión, con estas expresivas palabras: El animal esta en el mundo como el agua en el agua. Frente a esto, el hombre no es sino un desgarrón en la piel del mundo -desgarrón que comparte la triple maldición con la que un exceso de la naturaleza ha cargado a los animales superiores: reproducción sexual, depredación y muerte ("grandes giros lujosos que aseguran el consumo intenso de energía" -tal como Bataille los califica en La part maudite). Pero además, el hombre contará con una parte maldita que le es específica: su conciencia.

El lento proceso de hominización que constituye al hombre como tal es la historia de una erección. Empujados fuera de su medio arbóreo habitual por algún cataclismo, los primates emprendieron una larga travesía que les transformaría paulatinamente. Obligados a andar sobre sus patas traseras y en tierra firme, les quedarán libres las manos -en este momento se sientan las condiciones de posibilidad del instrumento: arma, herramienta, símbolo. A medida que su centro de gravedad se desplaza hasta ubicarse en la cabeza, tendrán lugar una serie de procesos que nos hablan, desde una memoria ancestral, de una intolerable ascesis: perderá el pelo; su dieta se hará omnívora; aumentará el grado de fetalización de sus crías; perderá la cola y casi los dedos de los pies; etc. Será una peregrinación a traves del desierto tras la cual el primate, trabajado duramente por el dolor, se convierte en el homo erectus. Su órgano privilegiado será, a partir de este momento, el órgano de la visión : el ojo -órgano noble por excelencia que reclamará para sí, y por medio de la palabra, su hegemonía sobre la oralidad. Por otro lado, si para algunos simios la pérdida (total o parcial) de la cola representa una liberación de fuerzas anales (liberación que se expresa por medio de los vivos colores con los que se adornan), para el hombre esta liberación es contradictoria ya que, aun dándose, tiene lugar a la vez que una represión de toda expresividad anal. El hombre es también un complejo tubo efecto del sistema de obstáculos que presiden su organismo, imponiéndole un regimen expresivo. Recuérdese la función fundamental en el desarrollo cultural del hombre atribuida por Freud a la educación del esfínter -la renuncia a todo placer primario y la interiorización del trabajo como mediador universal con la realidad: el mandato bíblico, antropológicamente fundacional: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Así, sus impulsos no hallarán apenas otra salida sino la oralidad: la voz y las construcciones intelectuales. "La extremidad facial -nos dice Bataille- ha asumido una parte, relativamente débil pero significativa, de las funciones de excreción, casi totalmente orientadas hasta entonces hacia el extremo opuesto, los hombres escupen, tosen, bostezan, eructan, se suenan, estornudan, y lloran mucho más que cualquier otro animal, pero sobre todo han adquirido la facultad extraña de sollozar y reír a carcajadas".

La aventura humana es la historia de una erección. Y la connotación obscena del término no debe ser desechada, porque no está libre de obscenidad esa trasgresión de los ejes que polarizan el mundo. "Sólo los seres humanos, arrancándose a la tranquila horizontalidad animal al precio de esfuerzos cuyo carácter doloroso e innoble se expresa en los rostros de los grandes simios, han conseguido apropiarse de la erección vegetal y dejarse polarizar, en cierto sentido, por el cielo".

Cuando la parodia se cruza con el dominio de lo religioso la mera trasgresión se convierte en blasfemia. Si superponemos la fábula que nos relata Bataille acerca de la hominización, a los relatos que en el Génesis nos hablan acerca de la expulsión del Paraíso, ¿cual eses el resultado? ¿No se dejan leer entonces como la representación que, miles de años después, los primeros hombres han dado del inicio de su andadura; como una dramatización de una nostalgia de los bosques conservada en algún rincón de la acuosa memoria de la especie? ¿Se confunden así monos y dioses en nuestra "caída original"? Evidentemente no se trata de una refutación "materialista" de las "supersticiones religiosas". Estamos hablando de parodia y fantasmas -del potencial trasgresivo que una fábula como la que Bataille propone trae consigo. De la capacidad, incluso estremecedora, de blasfemia que se genera en el momento en que intentamos identificar a los personajes del relato bíblico en este nuevo escenario. ¿Qué rostro tendrán Adan y Eva, Yavhé y la Serpiente, el Angel de la espada de fuego y el Arbol del Bien y del Mal? Y desde esta perspectiva, ¿qué nuevos fantasmas centellearán a nuestro alrededor cada vez que hallemos -frente a nosotros o en nuestro interior- algunas de las multiples figuras que diversifican el tema de la "nostalgia del Paraíso"; el lamento por la inocencia perdida? Y en un mundo ateo como el nuestro, ¿qué sentido tiene esta trasgresión que se dirige contra la Nada, estableciéndola de rechazo como Algo? Tan sólo nuestra propia experiencia interior sabe la respuesta -el chirrido íntimo que a menudo acompaña la lectura de Bataille nos indica que el ateísmo es un problema demasiado complejo para nuestras palabras: está todavía por inventar, inventándose lentamente, el lenguaje que pueda dar la palabra a un pensamiento ateo. Tal vez por esto Bataille nos es tan necesario.

Sin embargo, en esta historia que nos representa al hombre como resultado de una erección destaca una incongruencia en absoluto menor. El hombre, que parece encarnar modélicamente la verticalidad de la naturaleza, mantiene sin embargo una mirada horizontal -una mirada que tan sólo le sirve para recorrer la longitud y la anchura de lo bajo que hay en el mundo. El hombre, que es un animal definido por el esfuerzo de elevarse, de desterritorializarse, permanece siempre con su mirada pegada al suelo.

Para Bataille, esta incongruencia viene compensada por la existencia de una glándula en la cúspide de nuestro cráneo que tiene la apariencia de un ojo, el ojo pineal. Su función hormonal es aún hoy poco conocida. Sabemos que, en el pasado, Descartes supuso que en ella radicaba el engarce secreto entre el alma y el cuerpo. Según Bataille, no es sino un tercer ojo que trata -o trató- de abrirse paso a través del cráneo, completando así la tendencia ascensorial del hombre; un ojo cuya única finalidad sería abrirse al vértigo celeste, al ilusorio "azul del cielo". Es el emblema del gasto puro -la inutilidad de un exceso que, en nosotros, pugna siempre por perderse: ese extremo que hace que "la existencia del hombre no se parezca ya a un recorrido definido de un rasgo práctico a otro, sino a una enfermiza incandescencia, a un orgasmo duradero". La pasión vegetal de Icaro ilustra desde la antigüedad este movimiento que la biología de la glándula pineal ratifica. Pero la pasión ascensional es también promesa de una caída: lo alto tiene como fundamento lo bajo -y, en el esquema de Bataille, el ojo pineal es efecto de la inversión de nuestra analidad: es un volván asentado en el centro de nuestro cráneo: ano solar.

Esta fábula que construye Bataille alrededor del tercer ojo, ojo místico a la vez que ojo anal, circulará a lo largo de toda su obra como una columna vertebral imaginaria, conduciendo sus incursiones en la mística, en la economía y el arte, y en el erotismo. Este curioso personaje dotado de tres ojos, ostentoso gusano engalanado con los atributos más lujosos y terribles de la naturaleza, será el protagonista secreto de esa aventura espiritual que constituye la obra de Bataille: él será quien pintará en Lascaux la dramática nostalgia de su vida de simio, él habitará tambien el palacio de Gilles de Rais.

Será este personaje que el Dossier de L'oeil pineal establece quien intente una experiencia mística atea sin precedentes, liberada de toda finalidad trascendente, preocupada tan sólo por recoger, integrar y dar salida a una serie de necesidades que antaño eran cubiertas colectivamente por la religión y que hoy no merecen sino la atención de la patología. "El sacrificio -escribirá- es una necesidad tan inevitable como el hambre." Éxtasis y suplicio, sistema y exceso se unirán así en la aventura de la experiencia interior -interminable itinerario del no saber y de la suerte que hoy reconocemos como Summa Ateológica.

Será también el quien intente una nueva interpretación de la sociedad y de la historia, según un modelo de intercambio energético, estableciendo un giro copernicano en el dominio de la comprensión de lo económico: la crítica al principio clásico de utilidad y su sustitución por el concepto de gasto improductivo: don, perdida, fiesta... Apuntando, en consecuencia, una nueva clasificación de los modelos de sociedad, no según su modo de producción, sino de acuerdo con sus formas de gasto santuario.

Será finalmente él, el héroe irrisorio de la colección de trasgresiones textuales que constituyen sus ficciones pornográficas -búsqueda del exceso, la trasgresión y el Mal.

"La humanidad -escribe Bataille- persigue dos fines, uno de los cuales, negativo, es conservar la vida (evitar la muerte) y el otro, positivo, es aumentar su intensidad. Estos dos fines no son contradictorios. Pero la intensidad jamás se ha aumentado sin peligro; la intensidad deseada por la mayoría (o el cuerpo social)  está subordinada a la preocupación por mantener la vida y sus obras, que posee una primacía indiscutible. Pero cuando es buscada por las minorías o los individuos, puede ser buscada sin esperanza, más allá del deseo de perdurar."


Éste es el espejo en el que, a lo largo de toda su obra, Bataille propone que nos interroguemos, buscando la suerte de una risa que, en un mundo donde lo terrible ya ha ocurrido, es la sola fuerza que engrandece nuestra nada.



En el capitulo 'Excessere omnes... Invitación a la lectura de Georges Bataille.' de Pequeñas doctrinas de la soledad. Ed. sextopiso.






martes, 11 de septiembre de 2012

Alejandra

COLD IN HAND BLUES

y qué es lo que vas a decir
voy a decir solamente algo
y qué es lo que vas a hacer
voy a ocultarme en el lenguaje
y por qué
tengo miedo




OJOS PRIMITIVOS

En donde el miedo no cuenta cuentos y poemas, no forma figuras de terror y de gloria.

Vacío gris es mi nombre, mi pronombre.

Conozco la gama de los miedos y ese comenzar a cantar despacito 
en el desfiladero que reconduce hacia mi desconocida que soy, 
mi emigrante de sí.

Escribo contra el miedo. Contra el viento con garras que se aloja en mi respiración.

Y cuando por la mañana temes encontrarte muerta (y que no haya más imágenes): el silencio de la compresión, el silencio del mero estar, en esto se van los años, en esto se fue la bella alegría animal.



SIGNOS


Todo hace el amor con el silencio.

Me habían prometido un silencio como un fuego, una casa de silencio.

De pronto el templo es un circo y la luz un tambor.











en 'El infierno musical'

http://es.scribd.com/doc/47330351/Alejandra-Pizarnik-El-infierno-Musical

Friedrich




quien no entiende una mirada, 
jamas podrá entender una explicación.





 ¡Que el día que no hayamos bailado, al menos una vez, sea un día perdido para todos nosotros! ¡Que tengamos por falsa toda aquella verdad incapaz de arrancar de nosotros ninguna carcajada!













'La genealogía de la moral' y 'Así habló Zaratustra'.

domingo, 2 de septiembre de 2012

Victor Hugo


LOS MISERABLES


[...] Las sociedades humanas tienen lo que en los teatros se llama un tercer subterráneo. El suelo social está todo minado, ya sea para el bien, ya sea para el mal. Existen las minas superiores y las
minas inferiores.

Hay bajo la construcción social excavaciones de todas suertes. Hay una mina religiosa, una mina filosófica, una mina política, una mina económica, una mina revolucionaria.

La escala descendiente es extraña. En la sombra comienza el mal. El orden social tiene sus mineros negros.

Por debajo de todas las minas, de todas las galerías, por debajo de todo el progreso y de la utopía, mucho más abajo y sin relación alguna con las etapas superiores, está la última etapa. Lugar formidable. Es lo que hemos llamado el tercer subterráneo. Es la fosa de las tinieblas. Es la cueva de los ciegos. Comunica con los abismos. Es la gran caverna del mal. Las siluetas feroces que rondan en esta fosa, casi bestias, casi fantasmas, no se interesan por el progreso universal, ignoran la idea y la palabra. Tienen dos madres, más bien dos madrastras, la ignorancia y la miseria; tienen un guía, la necesidad; tienen el apetito como forma de satisfacción. Son larvas brutalmente voraces, que pasan del sufrimiento al crimen. Lo que se arrastra en el tercer subterráneo social no es la filosofía que busca el absoluto; es la protesta de la materia. Aquí el hombre se convierte en dragón. Tener hambre, tener sed, es el punto de partida; ser Satanás es el punto de llegada.





[...] La Restauración había sido una de esas fases intermedias difíciles de definir. Así como los hombres cansados exigen reposo, los hechos consumados exigen garantías. Es lo que Francia exigió a los Borbones después del Imperio.

Pero la familia predestinada que regresó a Francia a la caída de Napoleón tuvo la simplicidadfatal de creer que era ella la que daba, y que lo que daba lo podía recuperar; que la casa de los
Borbones poseía el derecho divino, que Francia no poseía nada.
Creyó que tenía fuerza, porque el Imperio había desaparecido delante de ella; no vio que estaba también ella en la misma mano que había hecho desaparecer a Napoleón.

La casa de los Borbones era para Francia el nudo ilustre y sangriento de su historia, pero no era el elemento principal de su destino. Cuando la Restauración pensó que su hora había llegado, y se supuso vencedora de Napoleón, negó a la nación lo que la hacía nación y al ciudadano lo que lo hacía ciudadano.

Este es el fondo de aquellos famosos decretos llamados las Ordenanzas de Julio. La Restauración cayó, y cayó justamente, aunque no fue hostil al progreso y en su época se hicieron grandes obras y la nación se acostumbró a la discusión tranquila y a la grandeza de la paz.

La Revolución de Julio es el triunfo del derecho que derroca al hecho. El derecho que triunfa sin ninguna necesidad de violencia. El derecho que es justo y verdadero. Esta lucha entre el derecho y el hecho dura desde los orígenes de las sociedades. Terminar este
duelo, amalgamar la idea pura con la realidad humana, hacer penetrar pacíficamente el derecho en el hecho y el hecho en el derecho, es el trabajo de los sabios. Pero ése es el trabajo de los sabios, y otro el de los hábiles. La revolución de 1830 fue rápidamente detenida, destrozada por los hábiles, o sea los mediocres. La revolución de 1830 es una revolución detenida a mitad de camino, a mitad de progreso. ¿Quién detiene la revolución? La burguesía. ¿Por qué? Porque la burguesía es el interés que ha llegado a su satisfacción; ya no quiere más, sólo conservarlo. En 1830 la burguesía necesitaba un hombre que expresara sus ideas. Este hombre fue Luis Felipe de Orleáns.


En lo exterior, 1830 no siendo ya revolución y haciéndose monarquía, se veía obligado a seguir el paso de Europa. Debía, pues, conservar la paz, lo que aumentaba la complicación. Una armonía deseada por necesidad pero sin base es muchas veces más onerosa que una guerra.

Mientras tanto alinterior, pauperismo, proletariado, salario, educación, penalidad, prostitución, situación de la mujer, consumo, riqueza, repartición, cambio, derecho al capital, derecho al trabajo; todas estas cuestiones se multiplicaban por encima de la sociedad, con todo su terrible peso.

Luis Felipe sentía bajo sus pies una descomposición amenazante.
A la fermentación política respondía una fermentación filosófica. Los pensadores meditaban; removían las cuestiones sociales pacífica pero profundamente. Dejaban a los partidos políticos la
cuestión de los derechos, y trataban de la cuestión de la felicidad. Se proponían extraer de la sociedad el bienestar del hombre.

Tenebrosas nubes cubrían el horizonte. Una sombra extraña se extendía poco a poco sobre los hombres, sobre las cosas, sobre las ideas.





[...]¿De qué se compone un motín? De todo y de nada. De una electricidad que se desarrolla poco a poco, de una llama que se forma súbitamente, de una fuerza vaga, de un soplo que pasa. Este
soplo encuentra cabezas que hablan, cerebros que piensan, almas que padecen, pasiones que arden, miserias que se lamentan, y arrastra todo. ¿Adónde? Al acaso. A través del Estado, a través
de las leyes, a través de la prosperidad y de la insolencia de los demás.



La convicción irritada, el entusiasmo frustrado, la indignación conmovida, el instinto de guerra reprimido, el valor de la juventud exaltada, la ceguera generosa, la curiosidad, el placer de la novedad, la sed de lo inesperado, los odios vagos, los rencores, las contrariedades, la vanidad, el malestar, las ambiciones, la ilusión de que un derrumbamiento lleve a una salida; y en fin, en lo más bajo, la turba, ese lodo que se convierte en fuego: tales son los elementos del motín.

Sin duda, los motines tienen su belleza histórica; la guerra de las canes no es menos grandiosa ni menos patética que la guerra del campo.

El movimiento de 1832 tuvo, en su rápida explosión y en su lúgubre extinción, tal magnitud que aún aquellos que lo consideran sólo un motín, hablan de él con respeto.

Una revolución no se corta en un día; tiene siempre necesariamente algunas ondulaciones antes de volver al estado de paz.

Esta crisis patética de la historia contemporánea, que la memoria de los parisienses llama la época de los motines, es seguramente una hora característica entre las más tempestuosas de este siglo.






[...]Los periódicos de la época, que han dicho que la barricada de la calle de Chanvrerie era casi inexpugnable y que llegaba al nivel del piso principal, se equivocaron. No pasaba de una altura de seis o siete pies, como término medio.

Enjolras y sus amigos hicieron dos barricadas, una en la calle Chanvrerie y, contigua a ésta, otra más pequeña en la callejuela Mondetour, oculta detrás de la taberna y que apenas se veía. Los
pocos transeúntes que se atrevían a pasar en aquel momento por la calle Saint-Denis, echaban una mirada a la calle Chanvrerie, veían la barricada y apresuraban el paso.

Cuando estuvieron construidas las dos barricadas y enarbolada la bandera, se sacó una mesa fuera de la taberna; y en ella se subió Courfeyrac. Enjolras transportó un cofre cuadrado que estaba lleno de cartuchos; Courfeyrac los distribuyó. Al recibirlos temblaron los más valientes, y hubo un momento de silencio. Cada uno recibió treinta.

Muchos tenían pólvora y comenzaron a preparar más cartuchos con las balas que se fundían en la taberna. Sobre una mesa aparte, cerca de la puerta, colocaron un barril de pólvora, bien guardado. Entretanto, la convocatoria que recorría todo París a toque de tambores no cesaba, pero había terminado por no ser más que un ruido monótono del que nadie hacía caso.

Concluidas ya las barricadas, designados los puestos, cargados los fusiles, situados los centinelas, solos en aquellas calles temibles por donde no pasaba ya nadie, rodeados de aquellas casas mudas, en medio de esas sombras y de ese silencio que tenía algo trágico y aterrador, aislados, armados, resueltos, tranquilos, esperaron.
En aquellas horas de terrible espera, los amigos se buscaron y en un rincón de Corinto esos jóvenes, tan cercanos a una hora suprema, ¿qué hicieron? Escucharon los versos de amor que
recitaba en voz baja Prouvaire, el poeta.

Pues el insurgente poetiza la insurrección, y era por un ideal que estaban allí; no contra Luis Felipe sino contra la monarquía, contra el dominio del hombre sobre el hombre. Querían París sin rey y el mundo sin déspotas.





[...] La agonía de la barricada estaba por comenzar. De repente el tambor dio la señal del ataque.

La embestida fue un huracán. Una poderosa columna de infantería y guardia nacional y municipal cayó sobre la barricada. El muro se mantuvo firme. Los revolucionarios hicieron fuego impetuosamente, pero el asalto fue tan furibundo, que por un momento se vio la barricada llena de sitiadores; pero sacudió de sí a los soldados como el león a los perros.