_

viernes, 30 de noviembre de 2012

Marguerite Duras



Encontrarse en un hueco, en el fondo de un hueco, en una soledad casi total, y descubrir que solo la escritura nos salvara.


Hay una locura de escribir, que está en sí misma, una locura furiosa de escribir pero no es por esto que uno está en la locura. Al contrario. La escritura es lo desconocido. Antes de escribir uno no sabe nada de lo que va a escribir. Y con toda lucidez. Es lo desconocido de sí mismo, de su cabeza y de su cuerpo.



Yo siempre he estado al borde del mar en mis libros... Yo estuve en relación con el mar muy joven en mi vida, cuando mi madre compró el dique, la tierra de “Una barrera contra el Pacifico”, que el mar invadió todo y que nos arruinamos.
El mar me da mucho miedo, es lo que me da más miedo en el mundo... Mis pesadillas, mis sueños de terror siempre han tenido que ver con el mar, con la invasión del agua. Los diferentes lugares de Lol V. Stein son siempre lugares marítimos, es siempre al borde del mar que ella está. Mucho tiempo ví ciudades muy blancas como esta, blanqueadas por la sal, un poco como si hubiera sal por encima en las rutas, en los lugares donde se desplaza Lola Valérie Stein... Fue bastante tarde que me dí cuenta que no era S. Thala, sino Thalassa.







En: Reflexiones sobre 'El arrebato de Lol V. Stein.' por Michael Meyer

Guy de Maupassant

[...] Tía Lison, sobre todo, parecía muy emocionada al verlos.

Era una mujer bajita que hablaba poco, se borraba siempre, no hacía nada de ruido, aparecía solamente a las horas de las comidas, volvía a subir en seguida a su habitación, donde permanecía encerrada sin cesar. Tenía un aire bondadoso y anticuado, ojos dulces y tristes, y casi no contaba en la familia.
Las dos hermanas, que eran viudas, y que habían ocupado un puesto en la buena sociedad, la consideraban en parte como un ser insignificante. Se la trataba con una familiaridad sin miramientos que ocultaba una especie de bondad algo despreciativa hacia la solterona. Se llamaba Lise, pues había nacido por los días en que Béranger reinaba en Francia. Cuando se había visto que no se casaba, que ya no se casaría sin duda, de Lise había pasado a Lison. Hoy era "tía Lison", una humilde anciana muy limpita, espantosamente tímida incluso con los suyos, que la querían con un cariño en el que entraban el hábito, la compasión y una benévola indiferencia. 

Los niños no subían nunca a besarla a su habitación. Sólo la criada penetraba allí. Para hablar con ella, la mandaban a buscar. Apenas se sabía dónde estaba situada esa habitación, esa habitación donde transcurría en solitario aquella pobre vida. No ocupaba un sitio. Cuando no estaba presente, nunca se hablaba de ella, jamás se pensaba en ella. Era uno de esos seres borrosos que sus mismos allegados desconocen, como inexplorados, y cuya muerte no deja un hueco ni un vacío en una casa; uno de esos seres que no saben entrar ni en la existencia ni en los hábitos, ni en el amor de quienes viven a su lado.
Caminaba siempre a pasitos presurosos y mudos,  jamás hacía ruido, jamás chocaba con nada, semejaba comunicar a los objetos la propiedad de no producir el menor sonido; sus manos parecían hechas de una especie de algodón, al manejar tan leve y delicadamente los objetos que tocaban.  

Cuando se pronunciaba: "tía Lison", esas dos palabras no despertaban, por así decirlo, el menor pensamiento en el espíritu de nadie. Es como si se hubiera dicho: "la cafetera" o "el azucarero".

La perra Lotte poseía ciertamente una personalidad mucho más acusada; la miraban sin cesar, la llamaban: "Mi querida Lotte, Lotte, guapita, mi pequeña Lotte". La llorarían infinitamente más.


Guy de Maupassant. 'En una noche de primavera' en 'Mi tio Jules y otros seres marginales', Ed. Alianza Editorial.