Creo que si estuviéramos ante la amenaza de morir del modo en que usted dice (un cataclismo mundial), a todos la vida nos parecería repentinamente maravillosa. Piense solamente en la cantidad de proyectos, viajes, amores, estudios que nuestra propia vida nos oculta, que son invisibles debido a nuestra pereza y a que por nuestra certeza de que existe un futuro posponemos sin cesar.
Pero si todo esto amenazara ser imposible para siempre, ¡que hermoso volvería a ser! ¡Ah! Con tal de que el cataclismo no se produjera, no dejaríamos de visitar las nuevas galerías del Louvre, ni de arrojarnos a los pies de la señorita X, ni de hacer un viaje a la India.
Si el cataclismo no se produce, no haremos nada de cuanto nos apetece hacer, ya que nos veremos de nuevo en el seno de la vida normal, aquella en que la negligencia apaga el deseo. Y sin embargo ese cataclismo no nos habría hecho ninguna falta para amar la vida hoy en día. Habría bastado con pensar que somos seres humanos y que la muerte puede sobrevenirnos esta misma noche.
La enfermedad por sí sola nos lleva apercibir y a aprender, y nos permite llevar a cabo el análisis de los procesos que de otro modo desconoceríamos por completo. Un hombre que todas las noches cae rendido en la cama, y que deja de vivir hasta el instante en que despierta y se levanta, sin duda jamás soñará con hacer no ya grandes descubrimientos, sino tampoco algunas mínimas observaciones sobre el sueño. Apenas sabe que está dormido. Un poco de insomnio n carece de valor a la hora de hacernos apreciar el sueño, a la hora de arrojar un rayo de luz sobre esas tinieblas. Una memoria infalible no es un incentivo muy poderoso a la hora de estudiar el fenómeno mismo de la memoria.
Los pesares y tristezas, en el momento en que se transforman en ideas, pierden parte del poder que tienen de destrozarnos el corazón.
Todo arte de vivir consiste en aprovechar a los individuos a través de los cuales sufrimos.
Muchas veces, por el cielo de la tarde cruza la luna, blanca como una nube, furtiva, sin brillo, igual que una actriz cuya hora de trabajar aún no ha llegado, y que en traje de calle mira desde la sala a sus compañeras sin llamar la atención, deseosa de que nadie se fije en ella.
Solemos dar a lo que sentimos una forma de expresión que difiere muchísimo de la propia realidad, a pesar de lo cual al poco tiempo tomamos esa expresión por la realidad misma.
En la lectura, la amistad a menudo nos devuelve su primitiva pureza. Con los libros, no hay falsa amabilidad que valga. Con estos amigos, si pasamos la velada en su compañía es porque real y genuinamente nos apetece.
Solo reiremos de lo que dice Moliere en la medida en que lo encontremos divertido; cuando nos aburre, no nos preocupa parecer aburridos, y cuando estamos definitivamente cansados de su compañía, lo devolvemos a su sitio sin miramientos, sin importarnos su genio ni su celebridad.
... en el mismo instante en que aquel sorbo, con las migas del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos, su brevedad en ilusoria [...] Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal.
La memoria voluntaria, la memoria del intelecto y de la vista, nos da solamente imprecisos facsímiles del pasado, que no se parecen al pasado más de lo que los cuadros de los malos pintores se parecen a la primavera ... . Por eso no creemos que la vida sea hermosa por que no la recordamos hermosa, aunque si percibimos un olorcillo que nos remita a un olor tiempo atrás olvidado, nos sentimos de pronto embriagados, y de igual manera pensamos que ya no amamos a los muertos, pues no los recordamos, pero si por casualidad topamos con un viejo guante nos echamos a llorar.